El barrio cambia, pero la panadería amiga se mantiene fresca y vital

Macharoas: 42 años de existencia en Plaza Las Lilas

"Se vende de todo. Mucho pan, empanadas de pino, de merquén, de queso, pasteles, kuchenes, palmeras, calzones rotos, berlines y en invierno muchas sopaipillas", cuenta uno de los hijos de los fundadores del local.  

Fecha de publicación

2019-02-25

Escrito por


Rodrigo Sepúlveda S. 


Ya no está el cine y la altura promedio de los edificios cercanos se disparó varios metros. La fisonomía del barrio Las Lilas, que rodea la plaza del mismo nombre en la comuna de Providencia, no es la misma que hace cuarenta y dos años, cuando el matrimonio de Jorge Bravo y María Luisa Díaz llegó para fundar la panadería Macharoas, una de las pocas huellas de antaño que va quedando en este renovado sector capitalino (Av. Eliodoro Yáñez 2869).
Pero la modernidad le ha aportado salud al negocio. "Todavía queda gente que vivía acá cuando mis padres abrieron; son clientes fieles de toda la vida. A ellos se les sumaron muchos jóvenes que han llegado a vivir al barrio con el boom inmobiliario del sector", cuenta Marco Antonio Bravo, uno de los hijos de los fundadores de Macharoas que, no está de más aclararlo, es un acrónimo que honra a todos los hijos de la pareja: Marco Antonio, Charito (Rosario), Rodrigo y Amparo Soledad. "Muchos creen que significa algo relacionado con Rapa Nui", dice entre risas Bravo.
Todos los clientes, los antiguos y los novatos, llegan a Macharoas atraídos por lo mismo: la calidad y frescura de sus masas. ¿La especialidad? Para Bravo sería injusto mencionar solo una. "Se vende de todo. Mucho pan, empanadas de pino, de merquén, de queso, pasteles, kuchenes, palmeras, calzones rotos, berlines y en invierno muchas sopaipillas. Nos pueden hacer pedidos para fiestas y eventos también", dice y agrega la que cree es la única clave para que sus productos gusten tanto: "No hay mayor secreto que hacer todo como si fuera hecho en casa. Acá no manejamos cantidades industriales de pan o de los distintos productos. Y todo el proceso es casi artesanal. Si comes un queque de una marca grande, sientes como que comes una esponja. No será de mal sabor, pero no se compara con comer un queque casero, que es mucho más contundente y sabroso. Tenemos a cuatro personas trabajando desde la madrugada en la amasandería para dar abasto".
Con el tiempo el negocio fue ampliándose. Justo al lado de la panadería, la familia abrió un pequeño restaurante, cuyas colaciones se van rápido a medida que se acerca la hora de almuerzo. Otra muestra de cómo la mutación del barrio favoreció a este pequeño comercio. "A medida que se fueron instalando más oficinas cerca fue creciendo la cantidad de colaciones que vendíamos. Hoy vienen muchos oficinistas a almorzar acá y también gente mayor que no quiere cocinar, pero desea comer algo como hecho en casa. ¿Qué servimos? De todo: puré con chuleta, sopas y postres que pueden ser una simple fruta", afirma.
-¿A qué edad empezó a trabajar con sus padres en el local, Marco Antonio?
-Uf, tenía como doce años cuando ya ayudaba acá. Toda la vida casi. Mis padres siguen viniendo, pero con mis hermanos estamos haciendo los cambios necesarios para que trabajen un poco menos y disfruten más. Claro que ellos nunca dejarán de trabajar, les gusta mucho esto. Trabajar es la única manera de mantenerse sano y activo.
-Ha llegado harta competencia al barrio. Mucho café, pastelería, uno que otro restaurante medio pituco.
-Así es, pero no nos ha afectado. La gente sigue viniendo porque ya nos conocen y se van a la segura con nosotros. Saben que siempre tenemos masas frescas, hechas en el día. Y las personas nuevas que llegan a vivir se hacen clientes fieles pronto. Además, a la mayoría los tratamos por su nombre. Es la ventaja de haber crecido acá, junto con todos los vecinos.


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