"En nuestra pastelería apostamos por la tradición"
Gisella Aigner, nieta de los fundadores
El sello del negocio son recetas clásicas de tortas y pasteles. "Queremos dejar de lado ese pensamiento de que lo antiguo es malo o añejo", cuenta Gisella.
Fecha de publicación
2016-03-14
Escrito por
Makarena Zapata R.
La historia que encierra la Pastelería Vienesa, ubicada en Portugal 552 (comuna de Santiago), va mucho más allá de su fachada que luce unas llamativas letras doradas con el nombre Rodolfo Aigner. Según cuenta Gisella Aigner, todo partió cuando sus abuelos -Rodolfo Aigner y Teresa Bruckner- dejaron Viena en medio de un ambiente pre guerra para venirse a Chile. "Mi abuela conoció a mi abuelo dos semanas antes que él se viniera a Chile y se enamoraron. Él había estudiado pastelería y se vino con un contrato para trabajar en el Café Paula y a pesar de no saber nada del idioma ni de la cultura chilena, aperró. Mi abuela trabajaba en la casa de un alemán y juntos arrendaban un departamento en la calle Marín. Pasaron dos años y mi abuelo se independizó con su propio local. Eso fue a principios de la década de los cuarenta y gran parte de sus máquinas eran de segunda mano. Partió a puro esfuerzo y trabajando de lunes a lunes".
Tal como lo explica la nieta de este maestro pastelero, el negocio comenzó a crecer gracias a la abundancia de casas, villas y vecinos que repletaban ese sector de la capital y también por la disciplina y el esfuerzo de esta pareja. "Eso sí, tuvieron que cambiarse de local debido a nuevas regulaciones de aseo e higiene, llegando así al negocio en el que estamos hoy. Fue uno de los amigos judíos que mi abuelo conoció en el barco que lo trajo a Chile quien le prestó el dinero para comprar este terreno. Fue ahí donde mi papá, que también se llama Rodolfo, empezó a tomar relevancia en el negocio".
Continuando con la historia, Gisella agrega que "en la década de los setenta, por consejo de mi abuelo, mi padre partió a estudiar pastelería a Viena. Fueron tiempos dorados porque las personas que realmente hacían repostería eran muy pocas y todo era de una calidad y un detalle que llegaba a impresionar".
-Y usted creció en este entorno? ¿Qué recuerdos tiene?
-Yo, como tal vez sueña cualquier niña, crecí rodeada de tortas, pasteles, bolsas de manjar y bizcochos. Me los comía todos. (Risas).
-¿Y en qué minuto decidió continuar con el negocio de la familia?
-Si bien gran parte de mi niñez la viví en la pastelería, jugando en los estantes y rellenando cucuruchos de manjar, cuando llegó el momento de estudiar me incliné por derecho. Trabajé en tribunales por un tiempo pero me aburrí y me di cuenta que mi verdadero legado estaba en la pastelería. Mi papá sigue vivo y pese a que dejó las labores de pastelero hace diez años, hoy se dedica a comprar todos los insumos. Yo, por mi parte, lo ayudo con el área administrativa y más comercial. Con el tiempo, me he dado cuenta que esto es lo que verdaderamente me hace feliz.
-¿Cómo lo han hecho para mantenerse vigentes por tanto tiempo?
-Nosotros tenemos caballitos de batalla. Por ejemplo, mi abuelo creó el clásico pastel de mil hojas que todos conocemos. Es una modificación del cremeschnitte, que lleva mil hoja, crema pastelera y chantilly pero él, a pedido de los clientes, le agregó manjar. También tenemos los pasteles de selva negra y los de piña, que son un clásico y que incluso han emocionado hasta las lágrimas a algunos clientes porque les recuerda los regaloneos de sus abuelitas. Con esto, queremos dejar ese pensamiento de que lo antiguo es malo o añejo puesto que nosotros aún seguimos apostando a la tradición. A lo artesanal y a lo fresco, que son nuestros sellos como emprendimiento familiar.
Rodolfo Aigner y su hija Gisella manejan un local con más de setenta años de historia.
Los productos que comercializan mantienen el carácter artesanal.