Relato de un hombre que está solo

Una vez lo conversé con Juvenal Olmos, que vivió una situación parecida. "Cuando ganamos di más abrazos que Pelé, pero empezamos a perder y ya era el Perro Verde. Ni el viento me seguía", me dijo.

Fecha de publicación

2024-10-15

Escrito por

Esteban Abarzúa


Nadie tiene menos amigos que en la derrota. En el fútbol hay un montón de frases bonitas en sentido contrario, como el "Nunca caminarás solo" de las Puertas de Shankly, en Liverpool, y todas las copias baratas que vinieron después, pero lo cierto es que cuando el partido termina no hay nada más triste, silencioso y aislante que haber perdido. Pocos son los que llegan a dar una mano o palmotear la espalda y cuando pierdes mucho con suerte te saluda tu mascota al volver a casa.


Una vez lo conversé con Juvenal Olmos, que vivió una situación parecida. "Cuando ganamos di más abrazos que Pelé, pero empezamos a perder y ya era el Perro Verde. Ni el viento me seguía", me dijo, años después de la tormenta perfecta que lo sacó de la Roja en su momento de mayor debilidad. La frase textual de Juvenal no era exactamente esa, porque siempre le dio un poco de pudor referirse a sí mismo con el apodo que le regaló un ex amigo del fútbol que terminó haciéndole la guerra, pero se las arreglaba para explicar que de alguna manera entendía el recado y las risas como una oportunidad de aprendizaje para la vida. La vida después de la Selección, por supuesto.


Partidos más, partidos menos, esta es básicamente la historia que reproduce el paso de Ricardo Gareca por el fútbol chileno. Lástima que toda la buena onda que se le brindó fue por una secuencia de amistosos tan breve como feliz que no le entregó ni un solo punto en la tarea de levantar a Chile de la productividad menguante de la Generación Dorada. Sin ir más lejos, un tal escribe lo siguiente en "Así da gusto ver a la Roja", el 12 de junio de 2024, después de vencer 3-0 a Paraguay en el último amistoso antes de la Copa América: "Chile tenía problemas de gol antes de Ricardo Gareca y ahora suma ocho goles en tres partidos".


Desde entonces la Roja del Tigre Gareca jugó seis partidos por los puntos, con cuatro derrotas y dos empates, que la llevaron hasta el último lugar de las eliminatorias sudamericanas. Lo que pasó era improbable, pero no imposible: perder tanto y en tan poco tiempo, al punto de transformar el relato de los últimos meses en un naufragio que algunos ya quieren transformar en definitivo. Aquellos que siempre piden cambio de entrenador deben estar contentos, aunque sean ellos mismos los que exigían todos los días a Ricardo Gareca como reemplazante de Eduardo Berizzo. Tuvieron que sacar a Berizzo para darse cuenta de que Berizzo no era el problema.


Las derrotas también muestran eso. La indolencia humana,  la incapacidad de construir sobre roca firme por falta de coraje ante la adversidad y de convicción en las ideas propias. Ahora le toca al náufrago Gareca enfrentar la extrema soledad de los derrotados, la pestilencia de la crítica abusiva y el aire pesado del supuesto juicio final, especialmente visibles en el ninguneo de los que ya se bajaron del barco para salvar el pellejo. Pasará lo que tenga que pasar, pero antes de que pase queda dejar constancia de la dignidad y la buena fe con que Gareca eligió resistir la desafortunada comedia en que cada cierto tiempo se convierte el fútbol chileno.


Esteban Abarzúa

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